sábado, 28 de marzo de 2020

La tragedia del capitán scott en la carrera del polo sur.

Cuando el 17 de enero de 1912 el capitán Scott y sus hombres llegaron al polo sur, descubrieron que la expedición noruega de Amundsen se les había adelantado. En la historia nunca ha existido la gloria para los segundos pero además, en esta ocasión, el destino se cebaría con la expedición inglesa de manera trágica.


En 1911, la ambición por ser el primero en poner un pie en el polo sur se convirtió en una competición entre una expedición británica, comandada por el capitán Robert Falcon Scott, y otra noruega, con el explorador Roald Amundsen al mando. Ambos grupos se pusieron en marcha en paralelo a finales de octubre y principios de noviembre en un viaje hacia el sur desde la costa antártica de más de 1.000 kilómetros. No bastaba con llegar a la meta, había que hacerlo en primer lugar, ser segundo sería un fracaso. El resultado final no lo conocerían hasta llegar allí y ver si había la bandera de otro país plantada en el anelado lugar.

El capitán Scott alcanzó la meta el 17 de enero de 1912, un sueño que había perseguido media vida. Pero la parte que se le resistió fue la de ser el primero en hacerlo. Se le había adelantado la expedición de Amundsen, que había llegado con más de un mes de antelación, concretamente el 14 de diciembre. Las caras de los cinco expedicionarios británicos reflejan la decepción de haber quedado segundos en esa carrera extrema, pero también muestra la fatiga acumulada por las duras condiciones del trayecto.

En ese momento probablemente no lo imaginaban, pero todavía les esperaba un final trágico: ninguno sobreviviría al viaje de regreso. Su dramática historia la conocemos gracias a los diarios del propio Scott, hallados junto a su cuerpo, muy cerca del depósito de comida que les habría salvado la vida si lo hubieran encontrado a tiempo.


martes, 24 de marzo de 2020

Ciudades fantasma: calles vacías por el coronavirus

La pandemia del coronavirus ha obligado a la gente a permanecer en sus casas, convirtiendo algunos de los lugares más transitados del mundo en auténticos páramos yermos de personas. Recopilamos estas imágenes históricas de lugares emblemáticos de todo el planeta sin nadie, vacíos de vida.


Estas fotografías son el mejor ejemplo visual del gran esfuerzo colectivo que están realizando millones de ciudadanos de todo el mundo para frenar el coronavirus.  El confinamiento es esencial para evitar riesgos innecesarios y, desde nuestra humilde redacción, desde el teletrabajo que estamos realizando desde nuestras casas, os enviamos toda la fuerza posible y os animamos, una vez más, a quedaros en vuestro hogar y no salir de él más de lo estrictamente necesario. La ciencia se presenta fundamental en estos momentos, pero la solidaridad es el arma indispensable, y la más poderosa, con la que nos enfrentamos a esta guerra frente al Covid-19. Una lucha contra la pandemia que únicamente juntos, aunque irónicamente separados,  podremos vencer. 

El Arco del Triunfo. París. Francia.

Bagdag. Irak.

Catedral de York. Inglaterra.

Fontana de Trevi. Roma.

Frontera Estados Unidos y Canadá.


Palacio de Buckingham. Inglaterra.

Paris. Francia.


Plaza de España
 Roma.

Plaza de Tinanmen. Pekín. 

Plaza del Sol. Madrid. España. 

Plaza mayor de Madrid. España.

Plaza Navona. Roma. 

Plaza San Pedro. El Vaticano


Puente de Westminster. Londres.

Puente Del Golden Gaste. San Francisco


Trafalgar Square. Londres.

Varsovia. Polonia.

Via Laietana. Barcelona
 España.

La Kaaba. La Meca. Arabia Saudí. 


Tome Square. Nueva York. 



sábado, 21 de marzo de 2020

UN GESTO QUE SALVA VIDAS.

Ignaz semmelweis, el médico que descubrió que lavarse las manos salva vidas

Google homenajea en su doodle a este médico húngaro que con su método para lavarse las manos contribuyó a salvar miles de vidas de parturientas y recién nacidos.

Ignaz Philipp Semmelweis descubrió que desinfectarse las manos antes de tratar a las parturientas disminuía drásticamente las muertes.

Foto: CordonPress
actualmente todos somos conscientes de la importancia que tiene lavarse las manos para prevenir infecciones. Pero un gesto que ahora nos parece tan lógico (y que ha salvado tantas vidas), no lo era hace apenas 150 años.
El autor de esta brillante y maravillosa idea fue un médico húngaro de origen alemán llamado Ignaz Philipp Semmelweis. Nacido el 1 de julio de 1818, este médico es mundialmente conocido como "el salvador de las madres", ya que fue él quien descubrió que desinfectarse las manos antes de tratar a las parturientas disminuía drásticamente los casos de muerte de mujeres y recién nacidos a causa de la fiebre puerperal.
Semmelweis es mundialmente conocido como "el salvador de las madres" al demostrar que desinfectarse las manos antes de tratar a las parturientas evitaba muchas muertes.

UNA BATALLA PERDIDA

En 1847, Semmelweis propuso a sus colegas lavarse las manos antes de atender a las pacientes en el hospital obstétrico de Viena donde ejercía, ya que las cifras de muertes de mujeres que acababan de dar a luz eran aterradoras. Pero a pesar de demostrar la eficacia de su método, ya que las muertes disminuían drásticamente tras un minucioso lavado de manos, sus ideas fueron denostadas por sus colegas, que lo tildaron de loco y de charlatán. Además, jamás le perdonaron que de algún modo los acusara de ser los responsables de la muerte de sus pacientes.
A pesar de demostrar la eficacia de su método, sus ideas fueron denostadas por sus colegas, quienes le tacharon de ser un loco y un charlatán.
Al final, fue despedido y años después cayó en una profunda depresión. Se dio a la bebida, y su comportamiento errático preocupó a sus allegados y a su esposa, que creyeron que estaba perdiendo la razón (se ha dicho que tal vez padecía de demencia precoz o Alzheimer). Al final, en 1865, Semmelweis fue internado en un hospital psiquiátrico donde murió dos semanas después de su ingreso a causa de una septicemia, a los 47 años.

viernes, 20 de marzo de 2020

Mascarillas para otros tiempos

jueves, 19 de marzo de 2020

El origen de las fallas de Valencia




Declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, las Fallas tienen un origen incierto. Pero de lo que no cabe duda es que son, desde hace cientos de años, la fiesta grande de Valencia, marcada por el fuego y la pirotecnia.


La palabra valenciana falla deriva del latín facula, que significa "antorcha". El significado originario de este término era precisamente ese: se trataba de las antorchas que se colocaban en lo alto de las torres de vigilancia romanas. Con el paso de los siglos, el concepto ha ido evolucionando hasta dar nombre a las fiestas de San José, siendo especialmente famosas las que se celebran en la ciudad de Valencia.

LOS ORÍGENES

Del origen de las fallas hay decenas de versiones. Una de las más conocidas es, sin lugar a dudas, una antigua costumbre de los carpinteros que, en vísperas de la festividad de su patrón, San José, celebrada el 19 de marzo, quemaban trastos viejos a las puertas de los talleres para celebrar el fin del invierno. Junto con los restos de madera se colocaban unos candiles que sostenían en un palo, a modo de candelabro, llamado estayo parot. Esta tradición aparece por primera vez en la Guía urbana de Valencia: antigua y moderna, escrita por el marqués de Cruilles en 1876. Con el paso del tiempo, aunque tampoco se puede afirmar con seguridad, se añadió una figura humana vestida, lo que dio lugar a la aparición del primer ninot y la primera falla propiamente dicha.

Los carpinteros, en vísperas de la festividad de San José, celebrada el 19 de marzo, quemaban trastos viejos a las puertas de los talleres para celebrar el fin del invierno.
Otra hipótesis sugiere que las fallas tienen su origen en un pelele satírico que se lanzaba a una hoguera. Esta era una vieja tradición europea, pero en la Valencia del siglo XIX era costumbre colgar monigotes grotescos en ventanas y balcones durante la Cuaresma ya que un bando de 1740 prohibía las fallas u hogueras por motivos de seguridad a causa de la estrechez de las calles; también lo decía la ordenanza del 13 de marzo de 1784: "No se permiten hacer fallas por las calles en la noche víspera de San Josep, sino en las Plazas". En 1851 se emitió una orden del Corregidor de Valencia por la cual se prohibía encender cualquier tipo de hoguera sin el expreso permiso de la autoridad.

¿CELEBRACIONBES SOLARES?

La mayoría de estos documentos –incluyendo un manuscrito valenciano del año1693 perteneciente a la colección de don Rafael Solaz que dice que "en Valencia se pusieron muchas fallas u hogueras"– no hacen mención en ningún a ninots o muñecos, sino que siempre hacen referencia a hogueras, antorchas u otro tipo de iluminación como luminarias o candiles. Existe otra hipótesis que sitúa el posible origen de las fallas en las celebraciones de los equinoccios y solsticios, fechas en las que era costumbre encender hogueras. Suponiendo que esto sea cierto, se podría establecer una relación entre las hogueras que se encendian durante el solsticio de verano en la festividad de San Juan y las del equinoccio de primavera en la festividad de San José.

Existe otra hipótesis que sitúa el posible origen de las fallas en las celebraciones de los equinoccios y solsticios.
Un ciudadano llamado José Calasanz Biñeque cuenta los siguiente sobre su visita a Valencia entre los años 1817 y 1819: "La víspera de San José hay función que no se a qué atribuirse, y son las llamadas Fallas, en un tablado, en el medio de las plazas unas figuras de paja o trapos, ya señoritos o señoritas, algunos burlescos, zapateros remendones, y otros sujetos, a quienes se les quiere hacer esta burla; suelen estar muy bien vestidas, y a la moda, con bastante elegancia, igualmente ven muchas coplas y décimas, análogas a quien se dirigía la dicha función: pasean las gentes todo el día, y hasta las criadas deben tener su hora para verlas. Llegada la 2ª oración, principia el alboroto, la algazara y griterío. Tanto hombres y de mujeres, como de los mismos muchachos, y en esto se dan fuego por los cuatro lados y arde todo, que para ellos es una maravilla, quedando reducido á cenizas, tanto la falla como el tablado; y las gentes todavía no satisfechas corren por las calles, a ver si llegan á tiempo de ver otra de las encendidas fallas: estas costumbres hacerlas los carpinteros, y otros, en obsequio de San José, pero ni se el significado, ni el misterio, ni de donde se tomó tal costumbre".
"La víspera de San José hay función que no se a qué atribuirse, y son las llamadas Fallas en un tablado, en el medio de las plazas unas figuras de paja o trapos".

LA VESPRÀ DE SANT JOSEP

Otra explicación sobre esta festividad nos la brinda el marqués, arqueólogo y político francés Alexandre Laborde. De su estancia en Valencia en 1806 cuenta: "Todos los años, el día 18 de marzo y víspera de San José, los ebanistas y carpinteros realizan por calles y casas, cada uno delante de su obrados, unas representaciones verdaderamente teatrales, denominadas falles de sant Josep".

miércoles, 18 de marzo de 2020

Máscaras medievales para evitar la peste negra




La peste ha asolado diversas zonas del planeta a lo largo de la historia, y concretamente Europa, en varias oleadas recurrentes a cual más mortífera. Para protegerse de sus efectos devastadores, en el siglo XVII los médicos usaron un atuendo específico que incluía una singular máscara en forma de pico. ¿Por qué razón?


Desde hace cientos de años una enfermedad ha mantenido en jaque al ser humano. La peste negra ha sido una de las plagas más letales de la historia de la humanidad. Esta terrible pandemia, causada por la bacteria Yersinia pestis, asoló diversas zonas del planeta
 a lo largo de varias oleadas durante siglos. La peste de Justiniano, en 561 d.C., mató a unas 10.000 personas al día, pero una de las más famosas y mortíferas fue, sin duda alguna, la epidemia de peste que asoló Europa en el siglo XIV y que acabó con la vida de millones de personas. En el siglo XVII, la peste también causó estragos en brotes recurrentes de la enfermedad que fueron letales en el viejo continente, y continuó con brotes intermitentes hasta 1879.

UN "DISFRAZ" SORPRENDENTE

Las víctimas de la peste sufrían una hinchazón dolorosa de los nódulos linfáticos, ennegrecimiento de la piel y, al final, una muerte agónica. No existía cura y los médicos de la época sólo podían prescribir lo que ellos consideraban brebajes protectores y antídotos. Estos personajes también registraban testamentos y realizaban autopsias. Pero los "médicos de la peste" del siglo XVII no trataban a los enfermos sin ningún tipo de protección, sino que llevaban un atuendo que hoy podemos considerar sorprendente: iban tapados de pies a cabeza con una larga túnica y llevaban una máscara picuda.
Los "médicos de la peste" del siglo XVII iban tapados de pies a cabeza con una larga túnica y llevaban una máscara picuda.
Esta indumentaria se atribuye a Charles de Lorme, que fue médico personal de muchos miembros de la realeza europea del siglo XVII, como el rey Luis XIII de Francia y Gastón de Orleans, hijo de la reina María de Médicis. Lorme describe un atuendo que incluye un abrigo revestido de ceras aromáticas, unos calzones dentro de las botas, una camisa metida dentro del pantalón, y sombrero y guantes de piel de cabra. Los médicos también llevaban una vara para no tocar a las víctimas con las manos. El "sombrero" incluía anteojos y una máscara con una nariz de 15 centímetros en forma de pico, según de Lorme, "llena de perfume y con dos agujeros, uno a cada lado de las fosas nasales, suficiente para respirar y transportar en el aire que se respira la impresión de las hierbas colocadas en la punta del pico".





¿SERVÍA PARA ALGO LA MÁSCARA?

El objetivo de este singular atuendo era proteger al médico de los "miasmas" que causaban la enfermedad, que en la época se pensaba que se propagaban por el aire envenenado y que podían causar desequilibrio en los "humores" o fluidos de las personas. Para evitar estos "miasmas", los facultativos de la época llenaban estas máscaras con triaca, una elaboración de más de 55 hierbas, polvo de víbora, canela, mirra y miel. De Lorme afirmaba que la forma picuda de la máscara daría al aire el tiempo suficiente para impregnarse de esta solución protectora antes de llegar a las fosas nasales del médico, que así no respiraría aire contaminado.
Los facultativos de la época llenaban estas máscaras con triaca, una elaboración de más de 55 hierbas, polvo de víbora, canela, mirra y miel.
En realidad, estos trajes y máscaras no eran efectivos para proteger a los galenos (aunque sí contribuían a que fuesen reconocidos a simple vista por todos), y sus métodos tampoco salvaban muchas vidas. Pero la imagen de estos personajes ha pasado a la historia, y su aspecto ha sido tan emblemático que, por ejemplo, en Italia, el "médico de la peste" se convirtió en un personaje fundamental en la commedia dell'arteen las festividades de carnaval y aún es un disfraz muy popular en la actualidad.

martes, 17 de marzo de 2020

Si yo caigo, él muere.


Un grupo de voluntarios de la Cruz Roja trabaja a contrarreloj frente a una bandera de los EE.UU y un cartel en el que se puede leer ‘si yo caigo, él muere’ en 1918. Como en todas las pandemias conocidas de la historia, el papel de los sanitarios ha sido siempre esencial. Fue así durante el brote de la llamada ‘gripe española’ (1918-1919), una de las peores pandemias del siglo XX en la que una mutación del virus de la gripe se extendió por todo el planeta coincidiendo con los últimos años de la Primera Guerra Mundial (1914-1919). Los grandes movimientos de tropas que convivían en malas condiciones y se desplazaban constantemente provocó una expasión todavía más rápida del virus.